Los salarios no deben ser la variable de ajuste

2013/03/27
salarios.jpg
Las políticas de “devaluación interna” o, dicho de otra forma, de austeridad salarial son presentadas hoy como un medio para reducir los desequilibrios intraeuropeos y salir de una crisis cuya responsabilidad recae así implicitamente sobre los salarios. Es un punto de vista inverso el defendido en el libro Salario y competitividad: por un verdadero debate. Éste consiste en decir dos cosas: que la bajada generalizada de la parte de los salarios en el valor añadido se encuentra en la fuente de la crisis actual, y que el ajuste salarial lleva a un callejón si salida.

Artículo de Viento Sur (16/03/2013)

Michel Husson

Paro y reparto de las rentas

Sobre el primer punto, la constatación es unánime, desde la OCDE a la Comisión Europea, pasando por el FMI: todos esos organismos han realizado recientemente estudios que no se preguntaban si la parte de los salarios había bajado, sino porqué. Sin embargo, esta constatación es lógicamente contradictoria con el análisis según el cual la causa de los desequilibrios económicos de los países del “Sur” de Europa se explicaría por una pérdida de competitividad debida a un crecimiento excesivo de los salarios.

Esta disminución de la parte del trabajo, como lo llama la OCDE, ha tenido evidentemente como contrapartida un aumento de los márgenes de beneficio de las empresas antes de la crisis. Pero éstas no se sirvieron de ello para hacer más inversiones, sino que más bien aumentaron el reparto de dividendos. Esta enorme transferencia de los asalariados hacia los accionistas ha podido ser realizada gracias a la palanca del paro. Son dos caras de la misma realidad: de un lado, la no redistribución de las ganancias de productividad a los asalariados, en particular bajo la forma de reducción del tiempo de trabajo, engendra un aumento del paro y, de la otra, alimenta la transferencia hacia los accionistas. La experiencia de las 35 horas en Francia, a pesar de sus imperfecciones, muestra a contrario que la reducción del tiempo de trabajo es una poderosa herramienta de creación de empleos: entre 1978 y 1997, en Francia, el empleo no había aumentado en el sector privado. Entre 1997 y 2002, cuando se produjo el paso a las 35 horas, fueron creados cerca de 2 millones de empleos. Luego el empleo aumentó un poco, antes de que la crisis le hiciera caer en el punto de partida.

Un aparente absurdo

Las instituciones y los gobiernos europeos ponen en marcha una orientación que se basa en tres elementos: austeridad presupuestaria, austeridad salarial, reformas estructurales (mercado de trabajo y protección social). Sin embargo, este conjunto no funciona y Europa se hunde en la recesión. Las razones de ello son conocidas y además existe un consenso bastante amplio sobre ese punto.

El mecanismo perverso de la austeridad es sencillo de entender. Se recorta en los gastos y se aumentan los impuestos, en particular el IVA, que pesan directamente sobre el consumo. El efecto inmediato es claramente una bajada del déficit. Pero la economía es un circuito y la austeridad presupuestaria tiene por efecto frenar la actividad y por tanto reducir los ingresos fiscales. Resultado: el peso de la deuda pública respecto al PIB continúa aumentando.

Se tiene ahí una primera correlación muy clara: ha sido en los países en los que la austeridad presupuestaria ha sido más severa donde la ratio deuda/PIB se ha degradado más. Olivier Blanchard, el economista jefe del FMI ha hecho recientemente su autocrítica reconociendo haber subestimado el “multiplicador presupuestario” (o en este caso el “divisor presupuestario”) que se supone prevé el efecto de una reducción del déficit sobre la actividad. Existe otra correlación tan clara como la anterior: es también en los países en los que la austeridad presupuestaria ha sido más severa donde la tasa de paro se ha degradado más (o se ha restablecido menos).

En un primer momento, se podría concluir de lo anterior que esas políticas son absurdas o debidas a ignorantes (illiterate como dice un comentarista anglosajón). Pero, en un segundo tiempo, hay que constatar que permiten, por absurdas que puedan parecer, un restablecimiento de los márgenes de ganancia de las empresas que es proporcional a la subida del paro. Se tiene a fin de cuentas un bucle austeridad presupuestaria/paro/ganancia que sugiere una interpretación diferente de las políticas realizadas: se trata de una terapia de choque que se apoya en la crisis para llevar adelante unas “reformas” que equivalen a una profunda regresión social.

Crecimiento y capitalismo

Sin embargo, esta terapia de choque no es forzosamente viable, ni siquiera desde el punto de vista de los intereses capitalistas, y es el tercer momento del análisis: este restablecimiento de la ganancia se hace en detrimento del crecimiento. Ahora bien, el capitalismo tiene necesidad de crecimiento para garantizar la posibilidad misma de ganancias. Es lo más inquietante que hay en el fondo en la coyuntura actual: el capitalismo europeo aparece como el más frágil, no puede contar más que con los mercados exteriores o con la carrera por la competitividad que no puede más que alimentar la recesión, y esto quiere decir también que las supresiones de empleos van a continuar. Europa está pues hundida en una crisis de tres niveles: una crisis de las deudas soberanas, una crisis específica de la zona euro y, en fin, una crisis larvada de rentabilidad del capital: bajo las deudas, está la cuestión de la ganancia.

Una estrategia de ruptura

Así pues, esta crisis es muy profunda y reclama soluciones radicales, que giran alrededor de dos cuestiones claves: el reparto de las rentas y la construcción europea. El reparto de las rentas debe ser modificado por la anulación de la deuda ilegítima, la reducción de la parte de las rentas financieras, el aumento de los salarios y la reforma fiscal. Es la condición para crear empleos mediante la reducción del tiempo de trabajo y la inversión pública, en particular en los sectores que contribuyen a la transición ecológica.

La construcción europea debe apuntar a la armonización entre países de estructuras económicas muy diferentes a través de un presupuesto europeo que permita financiar fondos de armonización, y asegurar la convergencia de las legislaciones fiscales -por ejemplo un impuesto unificado sobre el capital- y sociales -por ejemplo un sistema europeo de salarios mínimos-. Un proyecto así se enfrenta frontalmente a los intereses sociales dominantes que organizan por su parte una violenta regresión social. Debe servir de perspectiva para las luchas de resistencia y apoyarse en una estrategia de ruptura unilateral con la Europa neoliberal: el primer cerrojo que hay que hacer saltar es sin duda la prohibición establecida para los bancos centrales de financiar el déficit presupuestario.