Los grandes proyectos inútiles e impuestos, y su mundo

2016/10/17
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"El conflicto puede servir también para regenerar la democracia. Ya no existe, o no ha existido nunca la democracia ideal, siempre está inacabada, siempre está por construir. Y aquí, en esta historia, de la que nosotros somos actores, se trata de la entrada de la ecología en la democracia. Somos el movimiento social que, en todos los rincones del país, plantea de forma concreta la cuestión ecológica, obliga a la sociedad a cambiar, obliga a imaginar otras formas de decidir para que cese la destrucción progresiva de nuestros medios de vida". En Documentos 35, hemos transcrito la conferencia que pronunció Julien Milanesi en Baiona en el “6ºForum Internacional contra los Grandes Proyectos Inútiles e Impuestos” en julio de 2016.

Julien Milanesi,  es economista y co-realizador de la película “L'intéret général et moi”. En Documentos 35 publicamos la transcripción de su conferencia en el “6ºForum Internacional contra los Grandes Proyectos Inútiles e Impuestos” que tuvo lugar en Bayona entre el 15 y 17 de julio 2016.

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[...] Nuestros compromisos [...] se inscriben en los territorios. Vemos, en los lugares en los que vivimos, la amplitud de los sacrificios que hay que realizar para llevar a cabo estos pequeños o grandes proyectos. Vemos lo que vamos a perder, sabemos el coste exorbitante de estos proyectos (20 millones de euros, por ejemplo, por kilómetro de LGV (Línea de Alta Velocidad) y nos preguntamos si merecen la pena. Al plantear esta cuestión sobre la utilidad de los proyectos, nos preguntamos por el interés general de los mismos.

Hoy el concepto está en crisis, ya no existe un interés general sobre el que podríamos ponernos de acuerdo, sino intereses generales o, dicho de otro modo, diversos conceptos de interés general que corresponden a diferentes visiones del mundo y del futuro.

¡Qué curioso concepto el de interés general! Percibimos su fuerza, su carácter determinante y, sin embargo, desaparece como un espejismo cuando tratamos de tocarlo, de aprehenderlo, de definirlo de forma concreta. En efecto, como muchas otras cosas en las que se basan nuestras comunidades políticas, el interés general es una ficción, que no existe más que porque nosotros creemos en ello, pero que no tiene existencia en sí, ni sustancia que permita definirlo a priori. Las cosas son de interés general únicamente cuando nos ponemos de acuerdo en que lo son, y cuando dejamos de estarlo, dejan de serlo. El interés general está en crisis y es lo que estamos viviendo ahora.

Para ser más concretos, en los años 50 o 60, en el tiempo de la reconstrucción y de las primeras autopistas, cuando todo el mundo o casi todos estaban de acuerdo sobre estos proyectos y cuando las primeras líneas de alta velocidad se construyeron un poco más tarde, el interés general estaba definido con bastante claridad.

Hoy el concepto está en crisis, ya no existe un interés general sobre el que podríamos ponernos de acuerdo, sino intereses generales o, dicho de otro modo, diversos conceptos de interés general que corresponden a diferentes visiones del mundo y del futuro.

El momento que vivimos es, y no voy a deciros nada nuevo, el de una crisis profunda de nuestras sociedades occidentales: crisis económica, social, ecológica y por lo tanto, política. La crisis es etimológicamente, el momento decisivo de paso de un estado a otro. El momento crítico. Por lo tanto nos incumbe a nosotros, los seres humanos de este principio de siglo XXI, tomar decisiones sobre lo que será el mundo en los próximos decenios y quizá próximos siglos. Y estas decisiones se encarnan perfectamente en las decisiones sobre los GPII:

- En cuanto a la cuestión ecológica, para empezar, ¿pensamos que se puede continuar como antes, con los mismos proyectos, contando con la mitigación ambiental para limitar el impacto sobre la biodiversidad, sobre el progreso técnico para reducir las emisiones de CO2, sobre la geo-ingeniería para modificar el clima si llegara a desbocarse y, en última instancia, sobre el transhumanismo para adaptar al hombre a un planeta que habría dejado de ser viable? O, al contrario, pensamos que los desafíos ecológicos necesitan un cambio profundo de nuestra forma de producir, de desplazarnos, de alojarnos, de alimentarnos, para incluir nuestras actividades en la biosfera (el planeta), dentro de sus leyes y de sus límites? En cualquier caso, los proyectos destructores de biodiversidad, consumidores de terrenos agrícolas y emisores de CO2 deben detenerse inmediatamente.

- ¿Pensamos, y está por supuesto relacionado con el punto anterior, que nuestro único horizonte económico es el del crecimiento, como viene siendo desde hace dos siglos: crecimiento de la producción material, de la extracción de recursos, crecimiento de la movilidad, de la velocidad, de los tráficos? Y, ¿pensamos también que, más allá de los intereses que se puedan tener en el asunto, sigue siendo realista en un contexto en que el crecimiento en los países ricos baja regularmente desde hace varios decenios? Esta decisión es determinante porque lo que queramos para el futuro o lo que apostemos por el crecimiento futuro, determina directamente las previsiones que hacemos sobre el equilibrio económico interno de los proyectos de transporte o de supermercado. El crecimiento de los tráficos y del consumo está en efecto condicionado al crecimiento económico global, el del producto interior bruto. Si abogamos en cambio por el decrecimiento, o si apostamos por él, estamos apostando entonces por la investigación en calidad de vida, en alimentación, en desplazamientos, etc. Favorecemos la mejora de lo existente en lugar de producir nuevas infraestructuras.

- ¿Pensamos, tercera opción, que la globalización liberal y la competencia territorial es una fatalidad a la que hay que adaptarse concentrando la actividad en megalópolis urbanas competitivas, atrayendo gracias a infraestructuras de transporte que respondan a sus necesidades a las nuevas empresas y la mano de obra móvil y cualificada? O, ¿queremos un modelo en que las actividades económicas, ya sean agrícolas, industriales o comerciales, estén relocalizadas, dispersas por los territorios, y tejan una densa red de vínculos sociales? Un modelo que necesita en particular infraestructuras de transportes colectivos de proximidad y de calidad.

- ¿Pensamos que el desarrollo territorial pasa por la captación— por ejemplo, bajo la forma de un complejo de golf para clientes adinerados— de ingresos generados en otra parte? ¿O apostamos por la creación de dinámicas económicas endógenas, internas al territorio?

- ¿Queremos un mundo organizado para los más adinerados, las élites globalizadas, los clientes de los complejos de golf, esperando que su riqueza "gotee" (puesto que es ahora el término consagrado) hasta aquellos que están en la base de la pirámide? ¿O deseamos dedicar el dinero público a los transportes y equipamientos de proximidad, que mejoren la movilidad diaria y del mayor número de personas?

Ecología, crecimiento, globalización, desarrollo local, desigualdades, estos son, más allá de las cuestiones técnicas que les son propias, los desafíos fundamentales que atañen a la mayoría de los GPII que nosotros combatimos, éstas son las opciones que planteamos a través de nuestras luchas. ¿Dónde si sitúa el interés general entre estas opciones? Sería tentador decir que está de nuestro lado, y se aprecia bien la parte de intereses privados que hay en las visiones rivales. Pero yo creo que sería un error considerar que solo nos enfrentamos a intereses privados depredadores. También existen, frente a nosotros, conceptos de interés general coherentes, que debemos tomarnos en serio para combatirlos con eficacia.

Nuestro papel: ¿la entrada de la ecología en la democracia?

El interés general se encuentra por lo tanto en crisis, atrapado entre conceptos radicalmente diferentes, y la idea que me gustaría desarrollar ahora es que no tenemos las instituciones democráticas que permiten resolver esta crisis, lo cual explica el aumento de la tensión, de la violencia que observamos en todas nuestras luchas. [...]

Hemos mostrado todos los límites de la democracia deliberativa participando a fondo en el juego de las consultas y de los debates públicos; actualmente nos oyen pero solo excepcionalmente se nos escucha. No hay duda de que esto está cambiando, como lo atestigua el dictamen negativo de la comisión de encuesta pública sobre la LGV GPSO, o nuestra audiencia en la comisión Richard. [...]

Hoy en día no tenemos las instituciones democráticas que permiten resolver esta crisis, lo cual explica el aumento de la tensión, de la violencia que observamos en todas nuestras luchas

Pero finalmente, a pesar de algunos avances, hemos llegado a descubrir, o a redescubrir al experimentarlo en nosotros mismos, que más allá de todos los procedimientos de consulta y de recurso, la verdadera naturaleza de las instituciones es vertical: es la de una democracia representativa en la que la decisión recae sobre los cargos electos a quienes el sufragio universal dota del poder de decidir sobre lo que es, o no, de interés general.

Ahora bien, este redescubrimiento llega en un momento de profunda desconfianza hacia los representantes políticos: acumulación de mandatos, profesionalización, corrupción, abstención masiva, renuncias, etc., etc., contribuyen a una deslegitimación profunda de sus decisiones. El rey está desnudo y nos resulta difícil ver otra cosa en estas decisiones que la aprobación por la fueza: la decisión se impone, producto de los caprichos de algunos caciques codiciosos.

Esta constatación nos plantea esta paradoja: tenemos que tomar decisiones de gran importancia, que nos comprometen colectivamente para decenas de años y no tenemos instituciones democráticas suficientemente legítimas para tomarlas. La probabilidad de que ello degenere es grande, y creo que debemos reflexionar seriamente para actuar de forma responsable.

Creamos conflicto allí donde no existía, y este conflicto debe obligar a las instituciones a cambiar

Pero el conflicto puede servir también para regenerar la democracia. Ya no existe, o no ha existido nunca la democracia ideal, siempre está inacabada, siempre está por construir. Y aquí, en esta historia, de la que nosotros somos actores, se trata de la entrada de la ecología en la democracia. Somos el movimiento social que, en todos los rincones del país, plantea de forma concreta la cuestión ecológica, obliga a la sociedad a cambiar, obliga a imaginar otras formas de decidir para que cese la destrucción progresiva de nuestros medios de vida. Creamos conflicto allí donde no existía, y este conflicto debe obligar a las instituciones a cambiar. La democracia social, que sigue siendo muy imperfecta, que todavía no ha llegado realmente al mundo de la empresa, gestiona sin embargo hoy en día nuestro sistema de seguridad social. Es el fruto de un siglo de conflictos iniciados en las fábricas del siglo XIX. Actuemos de forma que por los conflictos que nosotros creamos, los territorios sean a la cuestión ecológica lo que fueron las fábricas a la cuestión social. [...]